Blogia
das Mystische 2.1

Melancolía

Ante la inminencia del impacto, a pesar de que los ojos simulan, muchas veces, como en todas las versiones anteriores del engaño, un colchón de seguridad inexistente, me limito a conservar la calma, vencido y aburrido, a contar las décimas que faltan para acceder a la certeza, a esperar la llegada más sensible de lo que deja marca, sumiso e irritado, justo en el punto exacto. La realidad, dicen algunos. La única virtud posible, me digo, lejos del rompeolas, asomado a la pantalla de los especialistas, es la experiencia, la repetición incansable y duradera de la prueba. Esto es: la melancolía española.

Aunque tal vez la santa de Ávila reconoció en su vida anterior los síntomas de la melancolía, recomendó decididamente que en los monasterios no fuesen admitidas mujeres presas de esta dolencia. Pero con frecuencia la melancolía hacía su aparición entre las monjas, lo que ocasionaba grandes trastornos. Para no caer en los ardides del demonio, santa Teresa decía que era menester doblegar a las melancólicas con el temor, pues el delirio de una sola monja podía inquietar a todo el monasterio: "Si no bastaren palabras, sean castigos: si no bastaren pequeños, sean grandes; si no bastare un mes de tenerlas encarceladas, sean cuatro, que no pueden hacer mayor bien a sus almas”.

Roger Bartra. Melancolía y cultura. Notas sobre enfermedad, misticismo, cortesía y demonología en la España del Siglo de Oro. Melancolía española.

Aunque, a veces, a pesar del castigo, la melancolía no cede, más bien al contrario. Ahora, retorcida en el recuerdo de Normandía, la nuestra, la de nuestros mayores, la que cuenta, más o menos así, Eduardo Pons Prades:

El 24 de agosto de 1944; a las 21.22 horas, llegaban a la plaza del Ayuntamiento de París varios half-track (autos oruga blindados) y un tanque Sherman (el Romilly), que constituían la vanguardia de los ejércitos aliados. Los primeros llevaban, en el morro y en sus flancos, nombres memorables de la guerra de España: Madrid, Jarama, Ebro, Teruel, Guernica, Belchite, Guadalajara, Brunete y Don Quijote. Eran las dotaciones de la 1.., 2.. y 3.. secciones de la famosa IX Compañía (incluso los franceses la llamaban la Nueve), del Regimiento del Chad. Las mandaban el zaragozano Martín Bernal, el madrileño Federico Moreno y el andaluz Montoya, secundados por el catalán Elías (herido en las calles de París por un francotirador), el canario Campos y el valenciano Domínguez. Con el resto de las dotaciones, un total de 36 ex soldados del ejército republicano español. Los cuatro tripulantes franceses del Romilly completaban el destacamento, que, con toda justicia, llamaron los liberadores de París.

Mientras aclaramos las diferentes definiciones del término (¿tristeza?, ¿odio?, ¿desdén?) vuelvo a leer, esta vez en el papel, la historia de Manuel Fernández, guardia de asalto de la República durante la Guerra Civil española, primero derrotado, luego desarmado e internado en un campo de concentración francés, luego enrolado en la Legión Extranjera como arreglo surrealista a su terrible dolor de muelas; más tarde combatiente en Noruega contra los nazis, de nuevo derrotado defendiendo a Francia en 1940, desarmado e internado en un campo de refugiados inglés, reenganchado a las órdenes del Ejército británico, de nuevo en Francia y en la campaña de Bélgica, miembro de la Spanish Company number one, de la compañía llamada por los franceses "La Nueve", a las puertas de París bajo el mando del general Leclerc, entrando finalmente en París el 24 de agosto de 1944. A sus 88 años, rodeado de condecoraciones en un pueblecito de las Ardenas, ¿será este hombre un personaje melancólico? ¿Qué opinará Manuel de la melancolía española?

Apenas el castigo cesa, cede la melancolía. ¿O era al revés? Manuel Fernández, natural de Esfiliana, provincia de Granada, tuvo una vida de soldado, pero yo lo imagino poeta; me gusta pensar que sus ojos guardan, cerrados ante la inminencia del impacto, toda la fuerza que la realidad relata. Cuesta demasiado acceder a la certeza; al cabo de un rato de observarlo el mundo nos pone melancólicos. Pasan los hombres, pero la prueba continúa. ¿Manía de soldados y poetas? En un mundo sin melancolía, escribió Emil Ciorán, los ruiseñores se pondrían a eructar.

13 comentarios

Antonio Puig -

Buenas noches soy Antonio Puig y tengo 84 años luché en la Spanish Company number one. He visto el artículo y me gustaría establecer contacto con el autor para sacar conclusiones del paradero de Manuel Fernández. Gracias

pini -

sí carmen, es el mismo.
vos tenés una memoria prodigiosa.

itn -

La melancolía del ganador, la única marca de tu cara que no es una arruga en el surco abierto por las lagrimas. Todas las heridas curadas menos las del engaño. Todas las horas contadas, superadas. La melancolía como placebo para evitar la locura, como asa de la vida , por la vida que ya pasa asida a la melancolía.
La melancolía del amor perdido, del nunca alcanzado, de la novicia en el convento, del soldado en la trinchera.
La melancolía del trapecista sin circo, de Tarzán con artitis, del coronel jubilado y del recuerdo de mi primer desengaño.
No se si los ruiseñores eructarían pero sin melancolía no habría suficientes ramas en las higueras para tanto desconsuelo.

carmen -

No se si es así, pero ¿no habías recomendado hace un tienpo este pintor en tu página, Pini? Creo que lo recordaba de antes.

Enrique -

Voy a echar un vistazo y te cuento.

pini, la admiradora de carbonell -

y si querés algunos desnudos:

http://www.uaq.mx/EBA/carbonell/cuadro2.html

avanzá con la flechita.

(lástima la pésima edición y el marquito amarillo que le pusieron a las pinturas.)

pini, la anónima -

Santiago Carbonell es un pintor de nacionalidad española pero nacido en Ecuador.
Tengo entendido que ha desarrollado prácticamente toda su obra en México.
Pero mejor, obsérvalo en su obra:
http://www.arte-mexico.com/praxismexico/SantiagoCarbonell/selec.htm

Enrique -

Eh, Anónimo!, ¿sería tan amable de decirme quién es Santiago Carbonell? Pa situarme un poco, vamos.

Anónimo -

hombros, quise escribir.
acto fallido, y en el marco de la oración, soy carne de diván.

pini -

una obra a mi derecha de santiago carbonell pondría imagen a tus palabras.
sobre un fondo negro , un rostro híbrido, ni hombre ni mujer, que apenas se advierte, con los párpados caidos que delatan una mirada hacia abajo.
un turbante terracota que se pliega sobre la cabeza y cae.
y una tela irregular que descansa sobre los hombres y descubre el pecho, descifrando que es una mujer.

Enrique -

Cierto que, cuando escribí este artículo (o lo que sea), tenía en mente a Miralles, Otis.

Pini: no se trata de encontrarle remedio, se trata de entender que, a veces, resulta necesaria. O, más bien, imprescindible.

Otis B. Driftwood -

Yo creo que el personaje de Miralles en "Soldados de Salamina" lo expresaba perfectamente, aunque disfrazase esa melancolía de aparente cinismo. A muchos nos pasa.

pini -

si le encuentras remedio, dame el nombre.